Ningún obstáculo detendrá a la convicción humana

El renacido es el último filme del brillante dúo Iñárritu-Lubezki, que cambia el teatro de Broadway por el salvaje Oeste, a Michael Keaton por Leonardo Dicaprio, el lirismo por la brutalidad. Ésta es la historia real de Hugh Glass (DiCaprio), cazador y trampero, que durante una expedición es sorprendido y atacado por una osa que intenta proteger a sus cachorros. Herido de muerte, Glass es cruelmente abandonado por uno de sus compañeros, John Fotzgerald (Tom Hardy). Sin embargo, Hugh “resucita” e inicia una colosal odisea de más de trescientos kilómetros con el fin de vengarse de Fitzgerald.

Empiezo hablando por la fotografía de Emmanuel Lubezki, uno de los aspectos más preciados de esta obra. El mexicano, ganador de dos Oscars consecutivos, asiduo del director cuya colaboración en Birdman le valió su última estatuilla en la pasada edición. Si aquella revolucionó la forma en la que entendíamos la edición y el montaje, un sobresaliente experimento que culminó con un éxito rotundo entre la crítica mundial, El renacido no lo es menos. El hecho de que sus más de dos horas y media de metraje estén íntegramente filmados con luz natural supone un hito cinematográfico, a la altura de la legendaria historia de supervivencia de Hugh Glass. Muchos calificarían la decisión como un arriesgado ejercicio de grandilocuencia, llevado por un monumental ego únicamente equiparable a su consecuente fracaso. No obstante, tras ver la precisión quirúrgica con la que filma cada movimiento, sus detractores no tendrán más remedio que aplaudir la brillantez de su obra acabada, admitiendo manque les pese la fuerza y el compromiso con el que éste artista ingenia cada uno de sus proyectos. Jamás hubo mejor uso de la luz como en El renacido, jamás se ha mostrado a la naturaleza tan visceral como aquí y es que el frío y las inclemencias se sienten en primera persona, la madre naturaleza adquiere mayor presencia que las actuaciones o incluso la historia. El guión es una adaptación de varios relatos que narran el trepidante viaje de Glass a través de las montañas de Montana y Dakota, una historia de lucha y superación personal como ninguna que se haya visto antes en la gran pantalla y pese a su grandeza -o quizás por culpa de ella-, fallan en transmitir algo más que la crudeza de los acontecimientos. Me faltó un elemento más espiritual en el desarrollo del personaje de Glass, una cierta introspección quizá abstracta, quizá filosófica pero al fin y al cabo introspección. Rascando la superficie de un relato tan heroico como milagroso, el guionista peca de ser excesivamente lineal y directo, poco sutil. Nada tiene que ver la carga de violencia del filme, más bien la carencia de una alternativa, una vía de escape que indague en las razones que llevan a un hombre muerto a resurgir de sus cenizas cual ave fénix. Los diálogos son escuetos y atinados, no hay “relleno” ni historias secundarias que desvíen nuestra atención del justiciero Hugh Glass. DiCaprio abandona el traje y la gomina de El Lobo de Wall Street para equiparse con un fusil y vestirse con un atuendo de pieles, ensuciándose las manos de barro y sangre, desenvolviéndose en un medio donde la diferencia entre la vida y la muerte es cuestión de mucho sacrificio y algo de fortuna. Su interpretación es la más descarnada de su carrera, destacando por encima las expresiones corporales y faciales de las dialécticas. Esto es el salvaje Oeste y que mejor que Tom Hardy para habitarlo, un actor cuyo éxito le ha llegado gracias a personajes desalmados como Bane o Bronson. Ese tipo de carácter que distingue al actor británico encaja a la perfección, transmitiéndonos la ferocidad con la que se convivía antaño, haciendo que nos sintamos incómodos con las decisiones que toma y con como las toma. Porque, si Glass era un superviviente también lo eran Fitzgerald y los indios ya que, aquel que no lo fuera, sufría duramente las consecuencias. Aparte de éstos, Gleeson y Poulter tienen papeles testimoniales, poco relevantes y carentes del carisma pertinente, algo justificado teniendo en cuenta la confrontación incansable entre DiCaprio y Hardy, dos hombres con mentes diametralmente opuestas cuyas desavenencias destruyen como un torrente todo lo que se encuentra en sus caminos. La dirección de Iñárritu viene envuelta en polémica, alrededor de las repetidas quejas por parte del cuerpo técnico, que clama haber sufrido unas condiciones deplorables de rodaje. Algo lógico, teniendo en cuenta el reto que suponía filmar cronológicamente en exteriores en pleno invierno. Muchos dirán que ese tipo de clima puede recrearse sin dificultad por pantalla de ordenador, pero yo soy de la opinión que un filme de este calado debe intentar mantener la verosimilitud en todo momento, firmando una cinta lo más cercana a la realidad de su periodo, distanciándose de trucos tecnológicos que edulcoran y mancillan la ambientación de la película. El mexicano ha querido que él y su equipo vivan próximos a la naturaleza, lidiando con los descensos bruscos de temperatura, saliendo de la zona de confort para adentrarse en el corazón de las montañas nevadas de Alberta. Destacar también la música, elemento fundamental para hacernos llegar la tensión de la escena, acelerando los latidos de nuestros maltrechos corazones. Mayoritariamente son los instrumentos de percusión -como el tambor- y los de cuerda los más presentes, con temas variados que mantienen un tono solemne. 


 En definitiva, El renacido representa un giro radical en las carreras de todos sus partícipes desde el director Iñárritu hasta el último de los ayudantes, debido a sus características pocas veces vistas en la producción de un filme. Puede que sea su singularidad la culpable de dividir a la crítica por igual, dicho esto es irrefutable que visualmente e interpretativamente la última obra de este magnífico realizador roza la excelencia. Por otra parte, sería de tercos no admitir sus carencias a la hora de arriesgar y trascender más allá de la sangre y la violencia. La épica del cazador “resucitado” cuya travesía perduró hasta nuestros tiempos merecía algo más sustancial incluso metafísico de lo visto, el interés que suscitó no se debe exclusivamente a las pruebas físicas que superó sino a las mentales, un aspecto que ni Iñárritu ni el guionista lograron aprovechar. Una narración que resulta demasiado yerma, incapaz de sacarle todo el provecho, lastrada por sus evidentes límites y sobrepasada por la grandeza de su hito. Tras verla pasará por sus cabezas el nombre de Terrence Malick, sus maneras e imágenes -Lubezki ha trabajado con él en numerosas ocasiones- pero no su fuerza ni originalidad, calificándola como un tosco intento de imitación. Lo que está claro es que DiCaprio se erige una vez más como uno de los actores más camaleónicos de los últimos años, entrando en un selecto grupo de actores para la eternidad. Hugh Glass luchó por su vida, contra los elementos y los hombres, en tiempos poco amistosos y ahora, dos siglos más tarde, volvemos a revivir la resistencia del hombre ante la adversidad.

8/10: LUCHAR PARA SOBREVIVIR




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