Un espacio para la reflexión

¿Qué demonios tiene este título que ver con nada cinematográfico? Esa pregunta que os estaréis haciendo, también me la hice yo cuando empecé a escribir este pequeño artículo de carácter reflexivo. Y es que a veces mi mente divaga -no os preocupéis que no se me va la olla-, me pongo a pensar sobre algo que me ha ocurrido recientemente y empiezo a darle vueltas y vueltas y más vueltas y cuando vuelvo en mí, son las dos de la mañana. De ninguna manera va a convertirse esto en una tónica, el blog seguirá girando entorno al cine, pero hay ocasiones en las que tus manos no paran, te suplican que las dejes escribir aunque sean chorradas. 

Así que dicho esto, me gustaría empezar presentando el tema que voy a tratar: la tecnología. Antes de nada, quiero dejar claro que no soy un detractor obstinado de la tecnología ya que soy consciente de la comodidad, facilidad y rápida ejecución de tareas que éstas nos permiten, no tengo ningún problema en aceptar su utilidad ni menosprecio su trabajo. Sin embargo -siempre tiene que haber un pero-, las tecnologías no son todo ventajas. Quizás no sean claras las desventajas, no se pueden cuantificar ni señalar a simple vista porque no las encontrarás; te simplifican innumerables tareas que antaño eran extremadamente complejas, son eficientes y fiables y hasta puedes ver películas en ellas. No, las nuevas tecnologías se han vuelto imprescindibles pero, ¿eso es bueno? Hace unos días, me encontré en un bar a dos personas, sentadas juntas alrededor de una mesa con consumiciones. ¿De qué discutían? De nada. Estaban ahí, por estar, sentadas mirando cada una a sus móviles, pegadas a la pantalla como si se tratase de una prolongación de sus extremidades. En ese momento pensé, bueno estarán mirando algo de interés, será algo momentáneo. Una hora después, ahí seguían sin mediar palabra -¡a no ser qué el móvil tuviera algo que decir claro!- y de las dos personas, la más participativa resultaba ser el maldito teléfono, ese cacharro era la única forma de verlas conversar, de compartir algo por insignificante que fuera. 


Somos los únicos animales racionales con lenguaje y no nos sirve para nada porque ya ni hablamos, nuestras conversaciones cada vez son más simples y monótonas, nos falta entrenamiento y gran parte de esa carencia viene con la sobreexplotación de las nuevas tecnologías. Aún recuerdo los Motorola, aquellos ladrillos eran ingobernables, unos auténticos dinosaurios pero satisfacían una necesidad: llamar sin línea fija. El smartphone fue varios pasos más allá, nos configuraron un ordenador en un dispositivo tan pequeño que hasta lo podíamos llevar en el bolso del pantalón y entonces cambió todo, nuestro estilo de vida mutó. Las puertas de Mordor se abrieron, la gente ya no necesitaba de otra persona para charlar, ¡lo podía hacer con el móvil! Tampoco tenían que salir más a la calle para buscar diversión ¡el móvil te la proporcionaba! Ya no había una razón para salir de casa; los móviles, las televisiones y los ordenadores te hacían compañía -pagando un pertinente precio-. El problema viene cuando nos volvemos esclavos y el CEO de Silicon Valley sostiene la vara de poder, mientras el pobre infeliz adicto a su celular paga sumas absurdas de dinero por poseer el último juguete “made in China”. Ahí es cuando perdemos el norte y nos convertimos en marionetas al servicio del poderoso. No abogo por un mundo sin tecnología, porque eso me convertiría en un hipócrita, sino más bien por un control sobre ella, utilizándola como en su día se utilizó la máquina de escribir o la radio. No basemos alrededor de ella nuestras vidas, no las introduzcamos en una base de datos porque su lugar no está almacenada en ceros y unos sino en experiencias y vivencias. Esa clase de vivencias que sólo podemos obtener saliendo y descubriendo cosas por nosotros mismos.


Espero no haberme alargado mucho, mi intención no es sentar cátedra sino exponer una opinión, mi opinión sobre un tema que me escuece mucho y que tan integrado parece estar en nuestra sociedad. Os emplazo a comentar, contradiciéndome o compartiendo mi punto de vista, siempre desde el respeto y la comprensión.

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